lunes, 15 de abril de 2013

Ni dios creó al hombre ni el hombre creó a dios


Parafraseando el dilema existencial de Hamlet, el cartel que reproduce la escena de la creación de Miguel Ángel de la Capilla Sixtina situado a la la izquierda formula la siguiente pregunta: "¿Dios creó al hombre o el hombre creó a Dios? Esa es la cuestión". 

Se trata de un caso, como muchos otros, en el que la misma pregunta induce la respuesta a dos bandos o a dos bandas. Pero si la realidad la contemplásemos en términos dicotómicos que tan solo aceptan respuestas alternativas del tipo "Sí o No", "Blanco o Negro", "Café o Té", ... nuestra visión de la realidad sería muy pobre. Una forma de esquilmar el pensamiento consiste precisamente en forzar las preguntas para determinar las respuestas

Si hubiera que contestar, a bote pronto, no me posicionaría ni por la primera ni por la segunda respuesta, y no se trata de la búsqueda de una respuesta ecléctica mezcla de las dos. De lo que se trata, mas bien, es de, dejando al margen  cuestiones como la negación del origen sobrenatural del hombre o  la existencia objetiva de entes divinos, problemas que tan sólo lo son para el pensamiento religioso, de lo que se trata, repito, es de ir mas allá de la dicotomía reduccionista de la cuestión así como de dar entrada a otro tipo de temas como el origen de las ideologías, entre ellas, la religiosa, así como su evolución y desarrollo y la interacción entre la evolución y desarrollo del hombre y sus construcciones ideológicas tomadas tanto como agentes causales y como consecuencias en un circuito de retroalimentación circular.


Al mismo tiempo que las sociedades evolucionan y se desarrollan, las ideas que estas mismas generan también están sometidas a determinadas leyes de cambio y transformación y en esta evolución la idea de dios no nació en el origen de los tiempos. Dios evolucionó de modo análogo a otras formas de vida. Así lo podemos ver, aunque con ciertos matices, en el dibujo de la derecha

Cierta escuela de pensamiento establece una clasificación de las religiones en primarias (animismo, númenes,
magia ..) secundarias (politeísmos) y terciarias (monoteísmo). La clasificación es, al mismo tiempo, una fasificación de la evolución y desarrollo del pensamiento religioso

Las llamadas religiones o creencias primarias fueron ideas numinosas y consistieron básicamente en la atribución de poderes mágicos a los animales, a las plantas y, en general, a los fenómenos naturales: lluvias, tormentas, vientos, sol, luna y astros. Lo que, en otros contextos se le ha dado en llamar animismo, como principio vital que impregna la realidad, entrando en contacto las distintas culturas mediante la magia y la invocación ritual.

El caso es que los númenes, en el espacio de lo imaginario, evolucionan y no se antropormorfizan a la primera, de modo que el pensamiento numinoso del paleolítico y neolítico inferior acaba derivando en el politeísmo propio de las religiones secundarias hasta alcanzar, finalmente, el monoteísmo de la Edad del Bronce.

La estructura social y su base económica, en la medida en que la estratificación social y el sistema de jerarquía propia de los despotismos asiáticos va tomando forma, generarán sistemas monoteístas. El modelo de la divinidad será, por tanto, el del sátrapa oriental concebido, en muchos casos, como el faraón bajo el antiguo Egipto, hijo y descendiente directo de la divinidad.

Así que lo que tenemos es un bucle: en la medida en que los hombres crean a los dioses, estos últimos, como objetivaciones suyas, adquieren su propio margen de realidad y objetividad (al fenómeno se le llama fetichismo), de modo que se establece un diálogo y mediación entre ambos y un pleno sometimiento de los hombres a la voluntad de los dioses, por los que a menudo son poseídos y dominados